lunes, 2 de mayo de 2011

El valor de una promesa


¿Cuántas veces hemos prometido dejar de fumar? O ¿Amarnos hasta que la muerte nos separe? Pero, ¿Cuántas veces hemos cumplido cabalmente éstas promesas? ¿De verdad es tan difícil el cumplir nuestros juramentos? No olvidemos que en cada juramento o promesa va implícita nuestra palabra de cumplirlas o en otros términos nuestro honor e incluso nuestra credibilidad.

Así un domingo cualquiera, el presidente de uno de los países más poderosos -empero se encuentre inmerso en una gran crisis- cumplió su palabra de “cazar” a una de las personas non gratas para su país; un terrorista. Aquél singular protagonista de uno de los sucesos más lamentables en la historia del país angloparlante.

Y aunque no apele al hecho de que la violencia se combate con más violencia, ni mucho menos que la venganza sea parte de las políticas públicas, sí reconozco el hecho de que previo a contiendas electorales (donde sin duda alguna se busca una reelección) el hecho de cumplir una promesa le agregue valor al desempeño de un mandatario.

Mientras tanto, al otro lado del mundo una joven graduada en historia del arte prometió amor eterno y fidelidad mas no obediencia al heredero de una de las monarquías más representativas de la Unión Europea. He aquí de nueva cuenta el valor de una promesa como factor acaparador de la atención de millones de personas alrededor del mundo.

Sin embargo aunque nuestras promesas no sean reconocidas a nivel mundial o protagonicen las noticias del día. Nuestros pactos, juramentos, acuerdos y hasta propósitos deben formar parte de nuestra vida diaria y, por supuesto merecen hasta nuestro último aliento en la lucha por cumplirlos.

Estoy pleno que llegará el día que nos tomemos en serio el juramento aquel que recita, prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y justicia que hacen de nuestra Patria la nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia. El mismo día que nuestros políticos, gobernantes y legisladores mexicanos honren su promesa de ejercer su deber cívico, gobernar y legislar en beneficio del pueblo para que entonces y sólo entonces el pueblo no se levante en armas para demandar lo contrario.

Entonces ¿Qué valor le damos a nuestras promesas? Sin duda alguna deberíamos otorgarles el mismo que a nuestros ideales y a nuestros proyectos. Para que al final del día el último enunciado de los cuentos infantiles: “Y vivieron felices para siempre” sea consecuencia directa de una promesa cumplida. Porque siendo honestos la palabra de un hombre es lo más valioso de él, ya sea agricultor, burócrata, comerciante o presidente de la nación.

Ahora bien, sólo nos resta esperar el día anhelado. Y mientras sucede, empecemos por cumplir aquellas promesas que alguna vez hicimos.

¡Nos leemos luego!