viernes, 9 de diciembre de 2011

La caída de un soldado.



@viktorkamacho


Hoy, el estado de salud de mi abuelo, empeoró. La diabetes lo ha afectado como nunca pensamos, al cuadro se sumó su afección cardiaca y la hipertensión. Creo que la abuela por fin está cediendo a todo, debe ser la culpa que no la deja tranquila, seguro que los remordimientos la devoran por dentro. Parece como si un animal carroñero estuviera abriéndose camino a través de sus intestinos.

Aunque, pensándolo bien creo que no... La consume la impotencia, el arrepentimiento. La juzgo con tanta rudeza sin querer reconocer que ha sido ella quién con su peculiar modo ha mantenido unida a ésta familia con las celosamente meticulosas y bien organizadas cenas familiares que siempre incluyen a los amigos cercanos y algún personaje de la vida política actual, los constantes eventos de beneficencia, las parrilladas y su eterna opinión tan característica que no siempre es bien aceptada pero sin duda determinada a ser veraz en todo momento.

Ahora que recapitulo los hechos creo que nunca había visto llorar a la abuela, de hecho nunca la vi perder la serenidad y la practicidad, debe ser porque ha tratado siempre de no mostrarse débil ó vulnerable.

Por ello creo que en algún momento el abuelo Claudio se convirtió en un mueble más de la casa, incluso yo lo ignoré en muchas ocasiones, de pronto me provocaba demasiada flojera escucharlo, estar con él, tolerarlo. Las pláticas eran cada vez más lentas y aburridas.

Su ingresó al hospital no nos tomó por sorpresa, la tarde de un sábado mi madre me llamó al teléfono móvil y me exigió regresar inmediatamente de Cuernavaca donde pasaba el fin de semana con algunos amigos, sin embargo no hacía falta tal exigencia, sin dudarlo manejé de regreso a la ciudad como en automático, como un robot. Ya en la autopista me comuniqué con mi madre para indicarle que estaba por llegar al hospital, me dijo con una voz entrecortada que mi abuelo quería verme. Al fin llegué al hospital corriendo, ningún esfuerzo estaba de más se trataba del abuelo, mi abuelo. Mí cómplice... Mi aliado de siempre.

Al entrar a su habitación me miró y sonrió, me esforcé mucho para contener el llanto, me descomponía verlo así, tan indefenso y tan delgado. ¡Qué cambiado estaba! Me pareció ver a un niño desprotegido y sin ánimos de continuar viviendo.

Platicamos por un largo rato, me preguntó por la universidad y obviamente también preguntó por la abuela, ésta vez dejando de lado la obligatoriedad.

Mi padre entró a la habitación para estar con él, así que besé cariñosamente en la frente al abuelo y salí de la habitación para encontrarme con mi madre que me recibió con un abrazo que me reconfortó demasiado y me hizo sentir completamente seguro.

El médico nos explicó la gravedad del caso, sin embargo todos pensamos que al cabo de unos días el abuelo estaría mucho mejor -otra vez dando la espalda a la realidad seguro es un jodido mal de familia- el abuelo no podía rendirse tan fácilmente. Nunca lo había hecho y ésta vez no sería diferente.

Éstas tres últimas semanas en las que el abuelo permaneció en el hospital lo visité a diario, en su cuerpo se dibujaban moretones que parecían no sanar. He llevado el juego de cartas y hemos pasado horas enteras jugando, también le leído fragmentos de sus libros favoritos. Sin embargo el semblante del abuelo cambiaba constantemente, por momentos permitía salir al guerrero y en ocasiones se mostraba vencido y agotado de pelear contra la maldita enfermedad, sus manos y pies se adormecían continuamente. Tres semanas en las que no importó nadie más que él. Tres semanas que nos llenaron de esperanzas vacías.

Finalmente, ayer después de la cena el coronel se dejó caer, vencido y cansado dio por concluida su batalla, su páncreas había cedido por completo a la afección crónica incurable, aún no entiendo que sucedió, no puedo asimilarlo, todo marchaba estupendamente bien, mi relación con el abuelo había vuelto a ser la de antes, la de siempre.

Él debía ganar la batalla, me prometió hacerlo, me juró luchar, sé que lo estaba haciendo pero decidió no hacerlo más, cansado tal vez de continuar librando una batalla interminable. Ahora mismo siento una rabia terrible, unos deseos de salir corriendo y perderme en la noche oscura.
En la sala de espera mi abuela luce como un fantasma, llora inconsolablemente por él, por el abuelo, por su esposo, por el padre de sus hijos, por su eterno y fiel compañero, ahora entiendo cuanto lo quería, cuanto lo necesitaba y cuanto se complementaban.

No he podido llorar, no quiero hacerlo, el abuelo tomó su decisión y sin embargo creo que nos falló a todos, ésta historia no podía terminar así, quedan inconclusas demasiadas historias y experiencias. Un gran vacío que no se llenará nunca ni con los honores brindados al coronel antes de su funeral. Abuelo siento que ya te extraño…

Mi padre ha iniciado con los trámites para el servicio funerario, yo quiero simplemente perder el conocimiento y dormir. Caer en un sueño profundo y no despertar. Sin darme cuenta me he quedado dormido en la sala de espera del hospital.

No sé cuánto tiempo ha transcurrido, de camino a la casa sólo me cabe en la cabeza juzgar la manera tan pésima con que conduce mi padre, no puedo creer que sea tan pendejo y no pueda dar alcance al imbécil que parece no tener prisa alguna por llegar a donde quiera que vaya, ¡Carajo! Lo peor es que en éste momento muero por prender un cigarro pero prefiero no hacerlo para evitar escuchar el sermón que seguramente mi madre me proporcionará con respecto al daño irreversible que causa el tabaco en mi organismo. ¡Pura madre!

Al llegar a casa todo transcurre igual, de la misma monótona manera. Mi madre tratando a toda costa de consolar a mi padre. Mi padre frío y tratando de aparentar una tranquilidad que de sobra sabemos no siente, que escena tan deprimente.

Subo a mi recamara para descansar por un rato, pesadamente me dejo caer en la cama, no puedo dormir, siento la cabeza a punto de explotar, enciendo un cigarro y luego otro más y otro más en el transcurso de nueve minutos. Solo atino a dar vueltas en éste maldito encierro, son exactamente las 4:29 a.m. Yo no puedo seguir aquí, necesito salir.

He decidido escapar del encierro, manejo por inercia, no sé qué dirección tomar. A esta hora hay pocos autos en las avenidas, lo que me da la oportunidad para conducir a gran velocidad no como el inepto de mi padre, de verdad no sé si es estúpido ó la impresión que le causo perder a su padre lo ha dejado aún más jodido del cerebro.

El ruido provocado por el motor del auto y el viento descargando su furia en mi cara me han liberado. Detengo el auto en una licorería de esas que se mantienen abiertas las 24 horas, para comprar una botella de vodka y más cigarros. He apagado el último que me quedaba tan sólo dos calles atrás, mientras pago observo el reloj cubierto de escandalosas luces neón marcar las 5:00 a.m. Ensimismado en mis pensamientos le extiendo un billete al dependiente quien trae puesta una vieja gorra con el logotipo de una marca refresquera.

Abro la botella y le doy un gran sorbo que por poco me hace toser, de la nada escucho al empleado decirme con cierto temor en su voz que está prohibido beber en el establecimiento justo en el momento que me entrega el cambio acompañado del ticket de compra.

No pude evitar soltar una risa burlona y hacerle una seña para ofrecerle de la botella pero él solo baja la mirada y yo me frustro aún más, le doy otro trago y salgo del local mientras enciendo un cigarro más.

Continuo manejando sin rumbo fijo dando vueltas por la ciudad hasta detenerme justo frente al hospital donde recién murió mi abuelo, observo con detenimiento y puedo ver la habitación que hasta el día de ayer le perteneció, en éste momento me es imposible contener el llanto y lloro de dolor, de rabia, de impotencia, de tristeza y de soledad... Me embarga una profunda soledad.

Al cabo de unos minutos mi teléfono móvil suena para sacarme de mis pensamientos, para despertarme y levantar la cabeza que mantenía apoyada en el volante. Es mi madre que pregunta donde estoy, la escucho demasiado preocupada y angustiada.

-Hijo, ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?

-Si mamá... Todo está bien, sólo necesitaba pensar... ¿Cómo está papá? Musitaba con
pausas, mientras encendía el auto para ir de regreso a casa.


Bebí por última vez de la botella de vodka y la dejé en el asiento trasero, conduje muy despacio a casa de mis padres, el viento ya no soplaba tanto y una ciudad confundida y contaminada comenzaba a despertar, en las esquinas llenas de basura y desperdicios se podía observar coexistiendo a burócratas tomando el autobús para el trabajo diario, señoras vendiendo tamales y café caliente y también pan dulce con sabor y olor a urbe prehispánica, niños y niñas apurados por llegar al colegio algunos incluso recriminando a sus padres por estacionarse en doble fila.

Al llegar a casa abracé a mi padre tan fuerte como pude, lloramos juntos. Al cabo de un rato subí directamente a mi habitación. Finalmente parecía que conseguiría dormir.


Nos leemos luego.

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