lunes, 3 de agosto de 2009

Jonás & Dalia

Con éste concursé en la convocatoria lanzada por MTV y My Space en el marco de la XVII Conferencia Internacional sobre el SIDA en la Ciudad de México. El objetivo era contar el fin de una historia con sólo 5 líneas como referencia.
Por tercera ocasión echo un vistazo a mi reloj que marca justo las 4:27, nuevamente un sudor frío ha comenzado a invadir todo mi cuerpo, creo que nunca me acostumbraré a experimentar ésta sensación. En mis manos tengo el sobre que ha secuestrado mi tranquilidad y mi esperanza para el día después de hoy, mi mañana se visualiza como una mala película, confusa y con un desenlace fatal. ¿Dónde quedan los planes y los sueños y las esperanzas? Éste sobre se ha convertido en mi sombra, en mi confidente y al mismo tiempo es quién me impulsa a continuar sobreviviendo en un país multicultural que coexiste a diario con la diversidad pero que se ofusca ante la convivencia con sujetos como yo. Un sobre que envejece conmigo, que ríe y llora, que sueña y ahora mismo se ilusiona. Un sobre que ahoga en un grito un resultado que desde hace tres años me convirtió en parte de una estadística, que me sumó a la cifra de 42,042 infectados por el VIH en México. Un sobre que me acompaña siempre y que guardo celosamente muy cerca de mí para recordarme que mis acciones tienen consecuencias. Sentado en la banca de siempre frente a las nieves de Don Lupe, la sombra de los árboles se proyecta como mi fiel aliada mientras el tiempo parece detenerse. En los días como hoy echo mucho de menos a Dalia y los momentos que pasábamos juntos. Nuestra relación fue algo único, trece meses en los que ella era todo para mí y estoy seguro que yo también lo era para ella. Nunca tuvimos un disgusto fuerte y nunca dejamos de querernos. Hasta aquel día que tuve que confesarle que tenía el virus. Es cierto, nadie nos prepara para enfrentar una situación así. Dalia me insultó y me pidió que no la buscara más. Me confesó que fui su primera vez, el primero en estar dentro de ella, no lo podía creer pero ella nunca me mintió, me pidió tiempo, tiempo para no verme, tiempo para pensar... tiempo. Me enfrenté a una decisión muy dura, me costó mucho darle el espacio que ella me pidió, aunque ello significó alejarme por completo, no verla más, no sentirla, no tocarla, no besarla, no estar junto a ella. La distancia entre nosotros se hizo enorme. Fui el único culpable en todo éste lío. Me acabó el pensar que la perdí. ¿Debí luchar incansablemente por ella? ¿Aún cuando parecía que ni en el final podía respetar sus decisiones? Si en verdad la amaba porque no podía olvidarme de ella para devolverle su tiempo y su espacio de los que me adueñé intempestivamente y su libertad que secuestré como un criminal aficionado y sus oportunidades que arrojé al vacío. Soñaba que todo volviera a ser como antes y que juntos lucháramos para salir adelante. Pero no sucedió... La mañana del 17 de abril, sólo seis semanas después de confesarle toda la verdad su madre me llamó para informarme que Dalia se había suicidado. Tenía dos meses de embarazo. No dejó ninguna nota para mí. Nunca pude responderle desde cuando tenía el virus. Ahora sé que quién me contagió fue Brenda. Tomábamos la clase de Diseño Urbano juntos. Una sola noche bastó para que mi vida sufriera una metamorfosis. Después de trabajar en un proyecto hasta muy tarde en su casa, me sorprendí con los pantalones abajo teniendo relaciones con ella en la cocina. Ni siquiera nos desvestimos. Al cabo de 20 minutos ya me encontraba conduciendo hacía la casa de mis padres. Sucedió mucho antes de conocer a Dalia. Nunca le fui infiel. Ni siquiera me he acostado con 10 o 15 mujeres. Dalia fue la cuarta. Pero los descuidos nos dejan un muy mal sabor de boca... Por cuarta ocasión miro mi reloj, justo las 16:56. Ya solo faltan cuatro minutos para las cinco. Para darle mi mejor cara a la mejor parte del día. De pronto, como ha sucedido durante los últimos setenta y seis días, la tarde comienza a proyectarse con una majestuosa nitidez. El cielo es infinitamente azul y el sol esta brillando con más intensidad que cualquier día común. Me deshago de los pensamientos con lo que he aprendido a convivir aún cuando se empeñan en atacar a la menor provocación con una estrategia tan meticulosamente elaborada que terminan por librar muy dentro de mí, en mi cabeza, en mis entrañas, en mí interior batallas de horas, días enteros, semanas. Estoy esperando a quién me ha conducido por el camino menos maltrecho a una nueva ilusión. Margarita que parece caminar entre nubes hacia mí, sorteando a los peatones, a la señora del puesto de periódicos y a dos niños que la han hecho participe de un improvisado juego de pelota. Nos saludamos con un beso en la mejilla. De pronto su semblante se ha tornado tenso. Su mirada se posa en mi fiel seguidor, el bendito sobre. Con un rápido movimiento me ha arrebatado el sobre, ha tomado mis dos manos en las que deposita ya no un sobre arrugado con furia sino un recuerdo olvidado del pasado. Únicamente una mirada bastó para decidirnos a botarlo juntos en el contenedor de basura. Se ha inclinado hacía mi acercando su boca a mí oído para susúrrame que me ama, que me lo ha dicho mil veces, que soy un ser humano como cualquiera que lamentablemente tomó una mala decisión y que juntos superaremos éste duro proceso. A partir de hoy mi mañana se llenará con la sencillez de una margarita a la que prometo no deshojar ni lastimar. Después de un largo beso, caminamos tomados de las manos atravesando el parque, con la plena determinación de hacer una escala en las nieves de Don Lupe.
Nos leemos luego.

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