lunes, 3 de agosto de 2009

Realmente no estoy tan solo

Hoy de nueva cuenta al despertar te noté en el lado izquierdo de mí cama, una vez más velaste mis más íntimos sueños, y como un ángel guardián me has prometido quedarte conmigo a lo largo del día.

Tomamos juntos el cereal con leche y frutas. Mientras manejaba rumbo a la oficina sintonizaste nuestra canción favorita, me ayudaste con la nota de prensa sobre los renovados procesos electorales en nuestro país y también, juntos revisamos los correos electrónicos que incluían la buena noticia de nuestra próxima publicación. Por último cenamos acompañados de una copa de vino tinto y de las sonrisas sinceras con los amigos de siempre.

Al llegar a casa, y justo antes de dormir, cuando cepillaba mis dientes, me sonreíste frente al espejo y pude ver que mi rostro y el tuyo eran uno sólo. El rostro de quién se ama y acepta sin condiciones, el rostro satisfecho de aquél que se atreve a desafiar al tiempo y al espacio, el de un ser humano que se aferra a la vida y da valor a aquellas cosas que realmente importan, dejando de lado las banalidades y las falsas expectativas. El rostro de quién sueña con lo imposible, aunque tenga que morir en el intento para crear posibilidades que le permitan concretar aquello que se vislumbra como inexistente. De quién disfruta de su propia compañía y que sin temor, se arriesga a reconocerse a diario. El rostro, de aquél afortunado que se sabe querido por su más íntimo cómplice, su ser mismo.

El fiel aliado con quien comparto mis sueños, mis logros y todos los buenos momentos, las noches buenas y las comidas afuera, cervezas y cigarros, el mismo que incondicionalmente camina a mí lado en todo momento y que me hace sentir seguro a cada instante.

En ocasiones la propia realidad cotidiana que no envuelve nos obliga a dudar acerca de las decisiones que tomamos y que nos fortalecen, las mismas que nos exigen probar ser más arriesgados y más humanos ante los retos propios de estar vivos. La realidad que nos hace pensar en aquello que más de uno teme en las noches más frías y lluviosas: la soledad.

Sin embargo sentirse solo es meramente un sentido tradicionalista, al final del día realmente nadie está completamente solo, muy por el contrario siempre estaremos rodeados de nuestros propios temores y afectos, nuestras capacidades, expectativas y nuestras experiencias generadoras de recuerdos atemporales.

Vivir en tu depa de soltero, quedarte sin cita un jueves por la noche, ó comprar un solo ticket en la taquilla del cine para ver Star Trek, son elecciones propias que se disfrutan de la misma manera que nos deleita el capturar una foto inspiradora, leer un buen libro ó bien escribir unas cuantas líneas.

El concepto de la soledad se asocia al aislamiento, a la incomunicación y a la melancolía, pero también es cierto que quien no se siente bien consigo mismo, quien no se acepta, se gusta y se quiere (la entusiasmada concepción de autoestima) por consecuencia directa no le va bien intentando ciegamente querer a alguien más, porque al pretender perderse en la mirada del igual, termina perdiendo algo más íntimo y esencial, la congruencia y honestidad.

Hace algún par de meses presencié una plática en la cual la conferenciante aludía mucho al término egoísmo, pero un egoísmo sano que se apega más al amor propio, a anteponer nuestros intereses y convicciones a los convencionalismos establecidos.
Sin duda debemos ser un tanto egoístas, desarrollar la práctica de cultivar nuestro ego, alimentarlo tanto para que al final del día seamos nosotros mismos quienes elijamos la manera en la que queremos vivir, y en definitiva querer a nuestro propio yo como quieren los niños, justo hasta a la casa de los príncipes y las princesas -ahora también se le han sumado las hadas- para que no temamos ni por equivocación quedarnos solitos en casa.
Nos leemos luego.

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