lunes, 10 de agosto de 2009

Y de pronto te vi...


11:55 pm
Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad, de cualquier país.

Como si se tratase de un sistema de posicionamiento global, todos y cada uno de los reflectores que intentan iluminar una noche fría y oscura, una noche aparentemente sin estrellas, una noche donde parece ser que el tiempo se ha detenido haciendo aún más evidente la soledad de los pocos que deambulan en ella tratando de sobrevivir, los mismos reflectores que intentan iluminar la noche fría y oscura han decidido enfocar a un joven que aguarda el arribo del último tren.

Un joven común y corriente, más común incluso que cualquiera, un joven desgarbado, sin nada que lo haga especial ó que particularmente pudiera captar nuestra atención en el Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad de cualquier país. Un joven que viste un par de jeans muy desgastados, incluso rotos, una chamarra de cuero negro que deja asomar una sudadera gris con capucha también desgastada a la que incluso se le asoman algunos hilos como si pretendieran destacar de entre tanta cotidianidad y, unas zapatillas deportivas de color verde que celosamente resguardan incontables huellas de largos caminos recorridos.

El joven continúa aguardando, recargado en un muro como quien aguarda la venida de los tiempos nuevos, de su hombro cuelga un bolso que parece almacenar una computadora portátil, el mismo bolso que luce deformado porque seguramente también almacena notas, libros y lápices afilados, recuerdos y anécdotas pasadas, más notas escritas con lápices afilados y más libros, tickets de trenes y de consumo en cafeterías y bares, recuerdos y anécdotas olvidadas.

Un joven común y corriente, más común incluso que cualquiera, el mismo con un rostro inexpresivo, un rostro que se pierde en la lectura de un libro, un libro también común y corriente, un libro que no expresa nada porque lo cubren las manos del joven desgarbado, lo cubre como guareciéndolo del frío y de la noche solitaria y oscura, lo abraza con tanto apego que parece que es parte de él, parte de su anatomía desgarbada, parte de su personalidad común y corriente.

En el Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad, de cualquier país, parece que el tiempo se ha detenido, todas las personas a su alrededor simulan ser maniquís suspendidos en el mismo tiempo y el mismo espacio, las mismas personas comunes y corrientes, los oficinistas con sus portafolios aún más comunes y corrientes, modelos de portadas de revistas juveniles, ancianos cansados y vencidos, la mayoría con un dejo de tristeza y olvido en sus miradas, jóvenes con ropa deportiva y grandes lentes oscuros y también ostentosas cadenas y tatuajes que dicen todo y nada al mismo tiempo y la actitud insegura escondida detrás de esa ropa deportiva y esos grandes lentes oscuros y también esas ostentosas cadenas y esos tatuajes que dicen todo y nada al mismo tiempo. Todos están inertes, muertos en vida, todos son zombis del Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad, de cualquier país, todos simulan estar como en pausa, una pausa interminable, una pausa inexistente, todos parecen estar aguardando sigilosamente pero muy a su particular manera como en una pausa interminable, la venida de los tiempos nuevos.

El joven ha sacado de su bolso un cigarro, el mismo bolso que parece almacenar una computadora portátil, deformado porque seguramente también almacena notas, libros y recuerdos y anécdotas pasadas también, más notas y más libros y anotaciones escritas con lápices afilados y también tickets de trenes y de consumo en cafeterías y bares y por supuesto recuerdos y anécdotas olvidadas; un cigarro común y corriente que ha prendido con un encendedor aún más común y corriente, un encendedor inexpresivo como el libro común y corriente, el mismo libro que no expresa nada porque esta cubierto por las manos del joven desgarbado, guareciéndolo del frío y de la noche solitaria y oscura, un encendedor más común y corriente que el joven desgarbado, sin nada que lo haga especial ó particularmente capte nuestra atención en el Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad de cualquier país, que viste un par de jeans muy desgastados, que incluso están rotos, combinados con una chamarra de cuero negro también común y corriente que deja asomar una sudadera gris con capucha también desgastada con algunos hilos como si pretendieran destacarse entre tanta cotidianidad de lo común y lo corriente y unas zapatillas deportivas de color verde que resguardan incontables huellas de interminables caminos recorridos y cuantiosos recuerdos y más anécdotas pasadas.

El humo del cigarrillo del joven común y corriente, más común incluso que cualquiera se eleva caprichosamente al cielo, el mismo cielo sin estrellas, se dispersa como quien pretende escapar y perderse en una noche solitaria y fría llena de recuerdos y anécdotas olvidadas.

Con cada bocanada de humo expulsado por el joven desgarbado que continúa aguardando, recargado en un muro como quien aguarda la venida de los tiempos nuevos, se siente por un brevísimo instante, un instante casi imperceptible, que el tiempo avanza y que la cotidianidad cobra de nuevo vida, un periodo suspendido donde los personajes del Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad, de cualquier país están vivos y sienten y se emocionan y aguardan sigilosamente la venida de los tiempos nuevos con la misma esperanza contenida en sus ojos que la de los chicos que esperan abrir un regalo minuciosamente envuelto en papel multicolor la mañana de navidad. Esa esperanza que es casi imperceptible a los ojos de cualquiera, sobre todo ante los ojos de las personas comunes y corrientes. El humo del cigarro parece envolver un halo de tristeza y soledad, la misma que está presente en los rostros preocupados de las personas comunes y corrientes que aguardan pacientemente en las salas de espera de cualquier hospital y también en las salas de espera de cualquier estación de trenes de cualquier ciudad y de cualquier país.

El joven común y corriente, más común incluso que cualquiera, se mantiene aguardando, esperando por el último tren y por la venida de los tiempos nuevos, aquellos donde no tenga que preocuparse más por las cosas materiales, las formas banales, las nimiedades, los hechos sin efectos aparentes y las esperas interminables y asfixiantes que fulminan todo vestigio de esperanza.

El joven común y corriente que aguarda en un espacio de tiempo que parece haberse estancado, acompañado de todas las personas que a su alrededor simulan ser maniquís suspendidos en el mismo tiempo y el mismo espacio donde no hay lugar para los afectos y las buenas voluntades, un espacio donde todo parece tener un orden estratégicamente cotidiano, un orden secuencial y atemorizante, un orden que no permite el pensar en los demás, un orden que te aniquila día con día, que te mantiene suspendido en un mismo tiempo y espacio, el mismo que te obliga a interactuar mecánicamente.
Un orden que te impone un papel asignado y un fin determinado, que nos convierte en maniquís suspendidos en el mismo tiempo y el mismo espacio.

El joven común y corriente, más común incluso que cualquiera, el mismo joven desgarbado, sin nada que lo haga especial ó que particularmente pudiera captar nuestra atención ó la de cualquier persona común y corriente que aguarda pacientemente en las salas de espera de cualquier hospital y también en el Andén C de cualquier estación de trenes, de cualquier ciudad de cualquier país, mira su reloj y por primera vez en esa noche fría y solitaria a la que parece que le han robado todas las estrellas, se ha dibujado una efímera sonrisa cuando de reojo se percata de la hora en un reloj común y corriente, el mismo que con manecillas comunes y corrientes, más comunes que cualquier par de manecillas de cualquier reloj común y corriente de cualquier persona común y corriente que aguarda pacientemente por la llegada del último tren como quien aguarda la venida de los tiempos nuevos en el Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad de cualquier país, marca las 11:59 y en ese preciso momento a lo lejos se escucha la llegada del último tren, un tren común y corriente, un tren que ha llegado puntualmente para transportar a sus pasajeros comunes y corrientes en una noche fría, solitaria y sin estrellas. Un tren más común incluso que cualquier otro, el último tren que arriba puntualmente al Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad, de cualquier país.

Las puertas del tren común y corriente, más común incluso que cualquiera se abren automáticamente, esperan el arribo de todas y cada una de las personas del Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad y de cualquier país, las mismas personas comunes y corrientes, los oficinistas con sus portafolios aún más comunes y corrientes, modelos de portadas de revistas juveniles, ancianos cansados y vencidos, ancianos con un dejo de tristeza y olvido en sus miradas, jóvenes con ropa deportiva y grandes lentes oscuros y también ostentosas cadenas y tatuajes que dicen todo y nada al mismo tiempo y la actitud insegura escondida detrás de esa ropa deportiva y esos grandes lentes oscuros y también esas ostentosas cadenas y esos tatuajes que dicen todo y nada al mismo tiempo, todos abordan con paso apresurado, como si en ese acto se les fuera la vida entera, la existencia que derrochan en esperas interminables en estaciones de trenes de cualquier ciudad y de cualquier país, aguardando con la desalmada monotonía diaria y con el feroz ensimismamiento, pasos apresurados que enfilan hacía las estaciones de trenes de cualquier ciudad, de cualquier país.

El joven común y corriente, desgarbado y más común incluso que cualquiera es el único que aborda el último tren con calma, con pasos seguros y firmes, apoyando en el piso del último tren del Andén C de cualquier estación de trenes las zapatillas deportivas de color verde que acumulan incontables huellas de largos caminos recorridos, con cada paso del joven común y corriente, más común incluso que cualquiera, un instante del tiempo suspendido en el mismo espacio del Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad y de cualquier país, parece agotarse, instantes que se extinguen, momentos que avanzan con el paso de los minutos suspendidos en el interior de cualquier tren que parte del Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad, de cualquier país, hacía cualquier sitio de cualquier ciudad y de cualquier país.


12:02 a.m.
Interior de cualquier tren que se dirige a cualquier sitio de cualquier ciudad, de cualquier país.

Como si se tratase de un sistema de posicionamiento global, los ojos del joven común y corriente, desgarbado y más común incluso que cualquiera se han detenido en un punto estratégicamente determinado por el orden que nos aniquila día con día, que nos mantiene suspendidos en un mismo tiempo y un mismo espacio, que nos obliga a interactuar casi mecánicamente, aquél que nos impone roles determinados, el mismo que maliciosamente se entretiene con maniquís suspendidos en el interior de un tren con dirección a cualquier sitio, a cualquier lugar. El objetivo identificado es una joven que nada tiene de común y corriente, una joven con la mirada de los pocos afortunados que saben lo que quieren, que no necesitan buscar porque ya se han encontrado, aquellos que se arriesgan, que no temen enamorarse, los mismos a los que el orden de todos los días, que nos mantiene suspendidos en un mismo tiempo y un mismo espacio y que nos obliga a interactuar casi mecánicamente, les rinde tributo, porque sabe bien que es inútil tratar de manipular a los valientes, a los que no le temen a la distancia de un amor perdurable y mucho menos al olvido, en su mirada se adivinan los fracasos y las desilusiones que han sanado con el transcurrir de los días y por supuesto también las risas que convierten los momentos en ocasiones especiales. Es una mirada honesta, auténtica y experimentada, una mirada que atrae a las personas comunes y corrientes.

La joven que nada tiene de común y corriente con la mirada de los pocos afortunados que saben lo que quieren, posee una belleza única, particular. Es una joven que poco tiene de común y corriente, usa una gorra de beisbol y una bufanda morada que cubre por completo su cuello y un abrigo de lana, no usa pendientes, pero si una pulsera de cuentas rosadas, su ropa es especial por el simple hecho de que es ella quien la porta, un par de zapatillas deportivas de un reconocido diseñador y un par de jeans ajustados, lo necesario para que permita delinear sus bien torneadas piernas, seguramente ha estado practicando para su próxima carrera, le apasionan las obras de beneficencia y ha estado participando en ellas desde que recién cumplió los dieciocho años, la joven que nada tiene de común y corriente no necesita más para hacerse notar en el interior de cualquier tren que parte del Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad, de cualquier país, hacía cualquier sitio de cualquier ciudad y de cualquier país.


12:03 a.m.

Las notas de la música instrumental de fondo que se escuchan en el interior de cualquier tren que parte del Andén C de cualquier estación, de cualquier ciudad, de cualquier país, hacía cualquier sitio de cualquier ciudad y de cualquier país han incrementado su intensidad, conforme avanza el último tren hacía cualquier sitio se escuchan con mayor intensidad, con cada palpitar acelerado de dos desconocidos que se encuentran en el interior de cualquier tren que parte del Andén C de cualquier estación, en el momento justo en que dos miradas se encuentran y justo cuando la respiración de ambos se vuelve una sola en un mismo tiempo y espacio, la música instrumental llega al clímax de su composición y tal como si se tratase de un sistema de posicionamiento global, todos y cada uno de los reflectores que intentan iluminar una noche fría y oscura, una noche aparentemente sin estrellas enfocan a un joven desgarbado, un joven común y corriente como si con ello pretendieran afirmar muy a su particular manera que a las personas comunes y corrientes les suceden cosas extraordinarias cuando se atreven por fin a mantener los ojos bien abiertos…


Nos leemos luego.
* La fotografía simboliza un cariño fraternal muy especial.

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